A Pontenova: Orígenes

A Pontenova: Orígenes - Turismo A Pontenova

En un entorno natural incomparable de la zona occidental de la provincia lucense, a medio camino entre el mar y Asturias, se sitúa el ayuntamiento de A Pontenova. La historia de esta población está estrechamente vinculada a la minería. Su topónimo lleva a pensar que antaño existió otro puente que servía para atravesar el río Eo. De esta manera, conectaba ambas riberas donde, desde tiempos remotos, existían yacimientos minerales.

Primeros pobladores

Los vestigios arqueológicos hallados en la zona sitúan los orígenes de estas tierras como un espacio habitado a principios de la Edad de Piedra. La fertilidad de sus tierras y su riqueza en materias primas hacían que fuese un paraje idílico para asentarse.

Quizás, por este motivo, poco tiempo después, cuando los individuos empiezan a organizarse de un modo más complejo, aparecieron los primeros castros, aunque actualmente apenas pueden vislumbrarse por estar cubiertos por la maleza. De los numerosos castros que existen en A Pontenova, los más importantes son el Castro das Coroas, en la parroquia de Bogo, el Castro do Bispo, en la parroquia de Rececende y el Castro de Vilameá, en la parroquia del mismo nombre.

A pesar de que no existan pruebas fehacientes, se cree que los romanos también aprovecharon la abundancia de estas tierras. Es muy probable que la actual carretera nacional que une Lugo y Asturias siga el mismo trazado que una antigua calzada romana. De hecho, el hallazgo de los yacimientos minerales en Galicia data de esa época, motivado por la búsqueda de oro y hierro necesarios para fabricar armas y otras herramientas.

Hogar de clérigos y nobles

Con la llegada de la Edad Media, distintas órdenes monásticas ocuparon este lugar. La Iglesia consiguió tener el control territorial gracias a la infinidad de donaciones que, tanto nobles como plebeyos, ofrecían para expiar sus pecados. La presencia de construcciones religiosas y templos que datan de esa época son indicios de esta realidad. La muestra más evidente de este asentamiento es el Monasterio de Meira, cuya construcción fue costeada por la orden del Císter en el siglo XII. Asimismo, en la documentación relativa a ese tiempo, entre las propiedades monacales se mencionaba ya la Villa de Goyos, precursora de la actual A Pontenova. El interés por este lugar estaba muy ligado a la aparición de un tipo de industria artesanal que aprovechaba la energía hidráulica para su funcionamiento.

Con el tiempo el estamento eclesiástico perdió su poder, pasando A Pontenova a convertirse en el hogar de familias nobles, tales como: los Pardo de Cela, los Osorio, los Losada y, especialmente, los Miranda. Precisamente, el poder que esta última tenía en la zona, en la que A Pontenova se sitúa, es por lo que, transcurridos varios siglos, todavía se sigue aludiendo a ella como Tierra de Miranda.

Tiempo de cambio y prosperidad: minería y ferrocarril

Tiempo de cambio y prosperidad: minería y ferrocarril

En los albores del siglo XIX este territorio se componía de tres ayuntamientos: Conforto, Miranda y Vilameá. En 1845 se convirtieron en dos: Vilaoudriz y Vilameá. Justo en este momento dos fenómenos propiciaron el desarrollo económico de las Tierras de Miranda, siendo el germen del verdadero origen de A Pontenova.

El primer factor clave fue en 1879, año en que los primos Thomas Sidney Gilchrist y Percy Gilchrist descubrieron que, revistiendo el interior del convertidor Bessemer de un material refractario básico, podían eliminar el fósforo del mineral de hierro. Hasta ese momento, no era económicamente viable la producción de acero a partir de hierro fosfórico, que abundaba en la mayor parte de Europa.

Las minas de Vilaoudriz fueron denunciadas en el año 1984, y el estado otorgó la concesión en 1985 a varios particulares y a la “Sociedad Sucesores de J.B. Rochet y Cía”, aportando al Capital Social las minas de las que era concesionaria, y por las que percibe casi un 31% de las acciones. Julio de Lazúrtegui era co-gerente de esta Sociedad, y terminaría siendo el principal impulsor y primer presidente de la “S.M.V. – Sociedad Minera de Villaodrid”, que se constituye en el año 1900. La primera concesión que el estado otorga directamente a la Sociedad Minera de Villaodrid es la de Mina Eneas, en 1907.

Las minas de Vilaoudriz, junto con las de Viveiro, fueron las más importantes del Noroeste de la Península Ibérica. Aun con pequeñas pausas, su actividad fue constante. Solo durante los primeros 11 años de explotación embarcaron más de 1,800.000 de toneladas de mineral en Porto Estreito, según indican los registros del cargadero.

La primera en abrirse fue Mina Vieiro. Vendría después Mina Luisa y, al norte de esta, se ubicaba Mina Consuelo. Finalmente, al otro lado del río, comenzó a extraerse mineral en la Mina O Boulloso. En ellas se trabajaba tanto a cielo abierto como en interior.

Como se apuntó con anterioridad, el núcleo urbano se encontraba dividido en dos ayuntamientos separados por el río Eo. En la orilla derecha, Vilaoudriz, donde estaban las minas. En la izquierda, Vilameá, donde se ubicaban las viviendas de los mineros y sus familias. Las menas minerales se localizaban en las montañas. Hoy se puede acceder a Mina Consuelo haciendo la Ruta das Minas o la Ruta dos Fornos.

La segunda circunstancia que favoreció el desarrollo económico de la comarca fue la creación de la Real Fábrica de Sargadelos, en el ayuntamiento de Cervo. De allí saldrían los ladrillos cerámicos refractarios que se usaron para la construcción de los dos primeros hornos de calcinación de Vilaoudriz y también los dos primeros de Boulloso. Estos servían para llevar a cabo el proceso de desfosforización de los carbonatos de hierro. El ritmo de producción en las minas llevó a que se construyesen 7 altos hornos- 4 en el Grupo Vilaoudriz y 3 en el Grupo Boulloso- a lo largo de 11 años – de 1902 a 1913-.

La importancia de la actividad minera y la necesidad de dar salida a la materia prima propició que en 1902 se construyese una línea de ferrocarril con el fin de transportar el mineral hasta el cargadero de Porto Estreito, ubicado en la entrada de la ría de Ribadeo. La línea, con un metro de ancho de vía y un trazado de 34 kilómetros, discurría en paralelo al río aprovechando el valle del Eo.

El ingeniero que diseñó el trazado de esta vía fue D. Joaquín Arriandiaga. Este proyecto fue aprobado por Real Decreto el 17 de enero de 1901 pero con salvedades. Para corregirlas, el ingeniero D. José Luis Torres Vildósola, firma la memoria en la que ya se reflejaba el ancho métrico como definitivo para la vía. Julio de Lazúrtegui, además de impulsor de la S.M.V., también tenía la concesión de las minas del Coto Wagner y del Coto Vivaldi, en El Bierzo. Su idea era utilizar los beneficios obtenidos de la explotación de Vilaoudriz para prolongar la línea ferroviaria hasta Ponferrada e instalar allí un complejo siderúrgico. Aprovechando la riqueza en carbón de toda esa zona, pretendía enlazar esta línea ferroviaria con la línea Ponferrada-Villablino para abrir internacionalmente el mercado de ese carbón dándole salida al mar a través de la ría de Ribadeo.

Para crear este trayecto hubo que perforar 13 túneles y levantar 6 puentes. La línea se inauguró el 10 de abril de 1903 y gracias a ella se exportó mineral a Alemania, Inglaterra, Francia y Bélgica.

En 1905 el ferrocarril empezó a prestar servicio a viajeros. Esto provocó la concentración de toda la actividad industrial, social, cultural y comercial en un mismo punto, causando que, con el paso del tiempo, ambos ayuntamientos – Vilaoudriz y Vilameá- se convirtiesen en uno sólo: A Pontenova.

La Primera Guerra Mundial afectó gravemente al mercado del hierro y acarreó consecuencias negativas para las minas de Vilaoudriz. Para abaratar costes la Sociedad minera decidió cerrar las Minas Boulloso y centralizó su producción en el grupo de Vilaoudriz. La actividad se reactivó poco a poco al finalizar la guerra pero los niveles de producción nunca volvieron a ser los mismos por dos razones: por un lado, la chatarra de la guerra era reciclada como materia prima; por otro, nuevos países se incorporaron al mercado internacional como exportadores de hierro.

Los malos resultados financieros de la sociedad fundadora provocaron que, en 1938 el grupo Krupp- Montana, -hoy Thyssenkrupp AG)- se encargase de la explotación de las minas durante un corto período de tiempo. El fundador de este grupo alemán era aliado de Hitler y había montado su imperio a base de mano de obra esclava. Su interés en la explotación minera se reducía a evitar que los Aliados se hiciesen con los depósitos de hierro para emplearlos en la fabricación de armas. Durante ese período, menos de la mitad del mineral extraído se envió a Alemania. La Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial no ayudaron a que la situación mejorase y la actividad extractiva fue cada vez menos habitual. En 1964 circuló el último ferrocarril minero y, aunque las minas siguieron funcionando un par de años más a cargo de una comunidad de antiguos mineros, su producción durante esa época fue totalmente irrelevante. En la actualidad los altos hornos siguen en pie, testigos de la gran importancia de estas tierras en el siglo pasado.

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